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Entrevista a Paul B. Preciado

Paul B. Preciado: “Qué te llamen por el nombre que has decidido es un acto poético y político extrarodinario”

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Convertido en máximo referente de las teorías queer y después de reflexionar desde la filosofía con textos como Manifiesto contrasexual (2002) o Un apartamento en Urano (2019) Paul B. Preciado (Burgos, 1970) se adentra en la representación audiovisual de las personas trans a través una versión del Orlando de Virginia Woolf que es al mismo tiempo una particular biografía política del autor unida a lo colectivo y un cambio de paradigma total en la representación que históricamente ha hecho la industria audiovisual de las personas trans. Estrenada en la sección Encounters de la pasada Berlinale, -donde recibió cuatro premios-, Orlando, mi biografía política, se ha presentado en Zabaltegi-Tabakalera del Zinemaldi como anticipo a su estreno en los cines el próximo día 11 de octubre.

 ¿Qué valoración hace de la representación histórica de las personas trans en el audiovisual?

La representación trans se ha hecho desde una mirada binaria muy normativa. En esa representación ha habido dos registros fundamentales. Uno, un registro patologizante, de película de horror en el que la persona trans aparece como si fuera un asesino y al final de la película tiene que ser asesinado igualmente. El epítome de esa genealogía visual es Psicosis, de Hitchcock. Esa tradición en la línea de Psicosis es larguísima y llega hasta ahora mismo. El otro registro es el del porno exótico, en el que la persona trans tiene que aparecer en algún momento desnuda y hacer de ese momento una revelación de la anatomía. En muchas películas aparece el momento de la operación filmado como una especie de porno gore. Se ha representado como un momento terrorífico, como si fuera una especie de castración o mutilación. Los registros de representación de lo trans han sido históricamente patologizantes. Eso continúa ahora incluso con películas que tenemos en el Festival, tal vez de una manera más azucarada.

Orlando rompe con esa formulación visual anterior para representar a las personas trans. ¿Desde donde ha partido y qué referentes audiovisuales ha tenido?

 Al principio no sabía que película iba a hacer pero sí sabía qué película no quería hacer. Sabía que no quería filmar el proceso de opresión sino que quería filmar el proceso de emancipación política, que para mí es totalmente distinto. En ese sentido tenía muchos referentes que me ayudaron también a imaginar, a pensar y hacer otras imágenes, a inventar otro lenguaje visual tanto trans como no trans. He tenido dos referencias, tal vez distantes. Un referente, que llamaría del cine filosófico, que sería Godard con Historie(s) du Cinema, Masculine féminin o La Chinoise. Godard ha sido muy importante para mí porque muchas preguntas que me hacía desde un punto de vista formal, él ya las había resuelto pero, claro, desde una mirada muy masculina y binaria. Y aquí ya tendría otros referentes como Un chant d’amour, de Jean Genet, la adaptación que hace  Fassbinder de Querelle, incluso el primer corto de Almodóvar, que es una adaptación de Salomé de Oscar Wilde. Evidentemente también del cine de John Waters, Bruce LaBruce, Rosa von Praunheim y toda la cultura underground de la imagen que no tiene que ver con la representación de lo trans sino que trata de generar un lenguaje disidente que también está en el cine underground queer y en parte del cine underground trans como la película de Hans Scheirl Dandy Dust, una película totalmente punk que ha sido muy inspiradora para mí. En mi película la estética no es punk como tal porque está muy cuidada, pero de alguna manera quise hacer la película como un fanzine, un corta y pega. Está hecha en formato digital pero si la hubiera rodado en analógico la hubiera hecho igual. He tenido poquísimos medios, casi todo lo he hecho en casa, desde el vestuario hasta la escritura.

 ¿Cómo se puede integrar la representación trans en el mainstream? 

La cuestión no es tanto como integrar algo en el mainstream. El problema es que siempre imaginamos que el público es binario, heterosexual, masculino y normativo pero no es verdad. Nunca pensé en el público que vería Orlando pero siempre imaginé que sería “orlandesco”, que está mutando, que está haciéndose preguntas constantemente, que es un público inteligente. No me gustan los directores que dicen “esto no lo entiende el público” porque al final cada película construye un público y lo modifica. El público tiene una potencialidad en la mirada increíble. Cuando presenté la película en Berlín, en la sala había personas de todo tipo, de todos los ámbitos y al finalizar la película se miraban y se reconocían diciendo “estamos en esto juntos”. Eso es lo que quería generar, que se dieran cuenta de que estamos viviendo un momento “orlandesco” colectivamente, que estamos mutando juntos y quería invitar a cualquier persona a  que se una a ese proceso de transformación. Tras su paso por los cines se proyectará en abierto a las 8 h de la tarde en ARTE y no veo mayor complicación. Por ejemplo, a la proyección de ayer vinieron mis padres. Mi padre tiene 92 años, siempre me ha dicho “te aprecian mucho en el extranjero pero no entiendo lo que haces”. Ayer vino y me dijo: “lo he entendido todo. Qué mensaje das al mundo tan bonito. Me voy a morir y me muero contentísimo viendo que las cosas van para mejor”. Igual eso es la maravilla de hacer cine, que es una industria supervalorada y puedes llegar a otros colectivos.

En la película participan muchas personas que se presentan como diferentes “orlandos”. ¿Era fundamental esa representación colectiva?

 Me di cuenta que mi biografía no podría ser escrita sino como una biografía colectiva, que la historia de mi vida no tiene mayor importancia sino es dentro de esa historia colectiva. Surgió también cuando hice el casting para encontrar a los “orlandos”, aunque a algunos ya los conocía, como Jenny Bel’Air, una activista histórica en Francia, porque tenía claro que ciertas personas tenían que aparecer en la película. Lo maravilloso fue que se presentaron 100 personas y cada una decía “yo soy Orlando y te voy a explicar porqué”. Eso me maravilló y acabo confirmando cinematográficamente la idea inicial que teníamos de que fueran varias las personas que representaran a Orlando. Al empezar a trabajar juntos colectivamente tanto la persona de 8 años como la de 78 hablaban y decían: “tu vida depende de la mía y la mía de la tuya”. El propio rodaje fue un proceso muy enriquecedor.

Comentaba que antes de iniciar el proyecto de Orlando consideraba el cine como algo demasiado comercial alejado de la práctica artística. 

Comercial, normativo….No sólo desde la cuestión de la militancia, lo consideraba como un ámbito en el que no puedes desarrollar suficientemente tu creatividad artística porque estás sometido a los puntos de vista de productores, televisiones, etc. Cuando eres filósofo es muy importante que tengas un campo de experimentación lingüística lo más amplio posible. En el caso del cine he tenido que defender ese espacio de libertad. He tenido muy poco presupuesto pero también ha habido una relación proporcional entre poco presupuesto y mucha libertad artística. Eso el espectador lo tiene que percibir en la pantalla porque a veces mira una pantalla y no ve lo que hay detrás. Lo que hay detrás es una industria comercial y no es lo mismo ver una película que ha costado 100.000 euros que 10 millones. En el cine cada detalle cuenta, eso lo he cuidado mucho. Por ejemplo, la persona que ha hecho la dirección de fotografía, ha trabajado con artistas, es migrante, LGTBI, tiene una mirada muy especial. No hubiera podido trabajar con alguien que simplemente coge la cámara. Y es así en cada caso, el montador es palestino…He vivido todo este proceso como algo más filosófico y artístico que en otras películas que pueda haber en el festival que están hechas de otra manera.

Era muy importante para usted tener esa coherencia ética en todo el proceso de trabajo.

Sí, importantísimo. Han habido momentos de transformación para todo el mundo que ha participado, incluidas mis productoras, que al principio no entendían nada de lo que yo quería hacer. Quince días de iniciar el proceso de casting llegaban a los sitios decían a la gente “estamos haciendo una película no binaria”, y yo pensaba ¡como se han puesto las pilas estas mujeres!. Se han convertido en dos transfeministas increíbles. Es alucinante lo que este proyecto ha podido generar.

 También hay una crítica a la violencia institucional sobre las personas trans.

Imaginaros que estuviéramos atravesando un periodo como la Revolución Francesa y la gente no se diera cuenta. En parte, el hecho de vivir en una sociedad neoliberal como la nuestra, es que incluso la posibilidad de imaginar, la posibilidad de la esperanza, el cambio, la imaginación ya ha sido capturada. La gente vive en un estado de violencia y letargo constante. Lo que quería con la película es que la gente se diera cuenta de que el hecho de llevar un nombre, el nombre que tu quieres llevar y que la gente te llame por tu nombre, no está ya dado. Es un acto de reconocimiento y un cuidado político extraordinario. Es un acto poético que nadie te puede quitar, es un momento maravilloso. Qué cuando atravieses una frontera te digan: pase. Pero eso no está dado, sucede por una serie de convenciones y porque alguien te respete y te considere un sujeto político. Quería imaginar otro mundo colectivamente y decir a la gente que nuestra forma de vida está mejor porque se vive mejor en un mundo sin violencia que con violencia, redistribuyendo el poder que en una sociedad jerárquica; se vive mejor poéticamente que bajo la ley. No creo que nadie se pueda negar a eso.

Texto por Juan Arteaga Villar. Festival de San Sebastián 2023

*Entrevista publicada originalmente en la web El Contraplano el 28 de septiembre de 2023

¡Viva Pasolini!

 

Pasolini era un visionario porque decía la verdad, y cuando vas por ahí diciendo la verdad, tu obra vive para siempre. Abel Ferrara

 

pasolini_roma-uccellacci_uccellini-set“Uccellacci e uccellini”. 1966

Corpus Barga

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1887-1975

Kawabata/Naruse

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Yama no oto (La voz de la montaña). Mikio Naruse.1954

Feltrinelli+Neon Neon

“Senior service”

 

Neon Neon. ”Praxis Makes Perfect”. 2013

 

 

Patrick Modiano 1970

George Orwell’s Letter on Why He Wrote ‘1984’

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To Noel Willmett

18 May 1944
10a Mortimer Crescent NW 6

Dear Mr Willmett,

Many thanks for your letter. You ask whether totalitarianism, leader-worship etc. are really on the up-grade and instance the fact that they are not apparently growing in this country and the USA.

I must say I believe, or fear, that taking the world as a whole these things are on the increase. Hitler, no doubt, will soon disappear, but only at the expense of strengthening (a) Stalin, (b) the Anglo-American millionaires and (c) all sorts of petty fuhrers° of the type of de Gaulle. All the national movements everywhere, even those that originate in resistance to German domination, seem to take non-democratic forms, to group themselves round some superhuman fuhrer (Hitler, Stalin, Salazar, Franco, Gandhi, De Valera are all varying examples) and to adopt the theory that the end justifies the means. Everywhere the world movement seems to be in the direction of centralised economies which can be made to ‘work’ in an economic sense but which are not democratically organised and which tend to establish a caste system. With this go the horrors of emotional nationalism and a tendency to disbelieve in the existence of objective truth because all the facts have to fit in with the words and prophecies of some infallible fuhrer. Already history has in a sense ceased to exist, ie. there is no such thing as a history of our own times which could be universally accepted, and the exact sciences are endangered as soon as military necessity ceases to keep people up to the mark. Hitler can say that the Jews started the war, and if he survives that will become official history. He can’t say that two and two are five, because for the purposes of, say, ballistics they have to make four. But if the sort of world that I am afraid of arrives, a world of two or three great superstates which are unable to conquer one another, two and two could become five if the fuhrer wished it.1 That, so far as I can see, is the direction in which we are actually moving, though, of course, the process is reversible.

As to the comparative immunity of Britain and the USA. Whatever the pacifists etc. may say, we have not gone totalitarian yet and this is a very hopeful symptom. I believe very deeply, as I explained in my book The Lion and the Unicorn, in the English people and in their capacity to centralise their economy without destroying freedom in doing so. But one must remember that Britain and the USA haven’t been really tried, they haven’t known defeat or severe suffering, and there are some bad symptoms to balance the good ones. To begin with there is the general indifference to the decay of democracy. Do you realise, for instance, that no one in England under 26 now has a vote and that so far as one can see the great mass of people of that age don’t give a damn for this? Secondly there is the fact that the intellectuals are more totalitarian in outlook than the common people. On the whole the English intelligentsia have opposed Hitler, but only at the price of accepting Stalin. Most of them are perfectly ready for dictatorial methods, secret police, systematic falsification of history2 etc. so long as they feel that it is on ‘our’ side. Indeed the statement that we haven’t a Fascist movement in England largely means that the young, at this moment, look for their fuhrer elsewhere. One can’t be sure that that won’t change, nor can one be sure that the common people won’t think ten years hence as the intellectuals do now. I hope 3 they won’t, I even trust they won’t, but if so it will be at the cost of a struggle. If one simply proclaims that all is for the best and doesn’t point to the sinister symptoms, one is merely helping to bring totalitarianism nearer.

You also ask, if I think the world tendency is towards Fascism, why do I support the war. It is a choice of evils—I fancy nearly every war is that. I know enough of British imperialism not to like it, but I would support it against Nazism or Japanese imperialism, as the lesser evil. Similarly I would support the USSR against Germany because I think the USSR cannot altogether escape its past and retains enough of the original ideas of the Revolution to make it a more hopeful phenomenon than Nazi Germany. I think, and have thought ever since the war began, in 1936 or thereabouts, that our cause is the better, but we have to keep on making it the better, which involves constant criticism.

Yours sincerely,
Geo. Orwell

* Texto en inglés: The Daily Best

* “A life in letters”. Selected and annotated by Peter Davison. Copyright ©George Orwell. First American Edition 2013.

“Los bultos del jardín”

Cuando la noche ha caído, me gusta dar un paseo por mi jardín. No penséis que es que soy rico. Un jardín como el mío lo tenéis todos. Y más tarde comprenderéis por qué.

En la oscuridad, aunque realmente no está oscuro por entero porque de las ventanas iluminadas de la casa viene un difuso resplandor, camino por el prado, los zapatos hundiéndose un poco en la hierba, y mientras tanto pienso, y, pensando, alzo los ojos para ver si el cielo está sereno, y si lucen las estrellas las observo preguntándome un montón de cosas. No obstante, hay noches en que no me hago preguntas; las estrellas se están ahí, encima de mí, completamente estúpidas, y no me dicen nada.

Era yo un muchacho cuando, dando mi paseo nocturno, tropecé en un obstáculo. Como no veía, encendí una cerilla. En la plana superficie del prado había una protuberancia, y eso era extraño. A lo mejor el jardinero ha hecho algo, pensé, mañana por la mañana le preguntaré.

Al día siguiente llamé al jardinero, cuyo nombre era Giacomo. Le dije:

-¿Qué has hecho en el jardín? En el prado hay como un bulto, tropecé con él ayer por la noche y esta mañana, apenas se ha hecho de día, lo he visto. Es un bulto estrecho y oblongo, parece una sepultura. ¿Me quieres decir qué pasa?

-No es que parezca, señor -dijo Giacomo el jardinero-, es que es una sepultura. Y es que ayer, murió un amigo suyo.

Era cierto. Mi queridísimo amigo Sandro Bartoli, de veintiún años, se había partido el cráneo en la montaña.

-¿Acaso me estás diciendo -le dije a Giacomo- que mi amigo está enterrado aquí?

-No -respondió-, su amigo el señor Bartoli -dijo así porque era persona educada a la antigua y por ello todavía respetuoso- ha sido enterrado al pie de las montañas que usted sabe. Pero aquí, en el jardín, el prado se ha levantado solo porque éste es su jardín, señor, y todo lo que sucede en su vida, señor, tendrá aquí una consecuencia.

-Vamos, vamos, por favor, eso no son más que supersticiones absurdas -le dije-, te ruego que aplanes ese bulto.

-No puedo, señor -contestó-, ni siquiera mil jardineros como yo conseguirían aplanar ese bulto.

Tras lo cual no se hizo nada y el bulto se quedo allí, y yo continué paseando por el jardín una vez había caído la noche, ocurriéndome de cuando en cuando tropezar en el bulto, si bien no muy a menudo, ya que el jardín es bastante grande; era un bulto de setenta centímetros de ancho y metro noventa de largo y sobre él crecía la hierba, y sobresalía del nivel del prado unos veinticinco centímetros. Naturalmente, cada vez que tropezaba en él pensaba en el querido amigo perdido. Pero también podía pasar que fuera al revés. Es decir, que fuera a dar en el bulto porque en aquel momento estaba pensando en él. Pero este asunto es algo difícil de entender.

Pasaban por ejemplo dos o tres meses sin que yo en la oscuridad, durante mi paseo nocturno, tropezase con aquel pequeño relieve. En este caso su recuerdo volvía a mí; entonces me paraba y en el silencio de la noche preguntaba en voz alta: ¿Duermes?

Pero él no contestaba.

Él, efectivamente, dormía, pero lejos, bajo las rocas, en un cementerio de montaña, y con los años nadie se acordaba ya de él, nadie le llevaba flores.

Sin embargo, pasaron muchos años y hete aquí que una noche en el curso de mi paseo, justamente en el rincón opuesto del jardín, tropecé con otro bulto.

Por poco caí de bruces cuan largo soy. Era pasada medianoche, todo el mundo había ido a dormir, pero mi enfado era tal que me puse a llamar “Giacomo, Giacomo”, justamente para despertarlo. De hecho, una ventana se iluminó. Giacomo apareció en el antepecho.

-¿Qué demonios es este bulto? -gritaba yo-. ¿Has cavado algún hoyo?

-No señor. Sólo que mientras tanto un querido compañero suyo de trabajo se ha ido -dijo-. Su nombre es Cornali.

Sin embargo, algún tiempo después topé con un tercer bulto y, aunque fuera noche cerrada, también esta vez llamé a Giacomo, que estaba durmiendo. Ahora sabía ya muy bien el significado que tenía aquel bulto, pero aquel día no me habían llegado malas noticias, y por eso estaba ansioso de saber. Giacomo, paciente, apareció en la ventana. “¿Quién es? -pregunté- ¿Ha muerto alguien?” “Sí señor -dijo-. Se llamaba Giuseppe Patané.”

Pasaron luego algunos años bastante tranquilos, pero en determinado momento los bultos volvieron a empezar a multiplicarse en el prado del jardín. Los había pequeños, pero también habían aparecido otros gigantescos que no se podían salvar con un paso, sino que realmente hacía falta subir por una parte y bajar después por la otra, como si de pequeñas colinas se tratase. De esta importancia crecieron dos a poca distancia una de la otra y no hubo necesidad de preguntar a Giacomo lo que había pasado. Allí debajo, en aquellos dos túmulos altos como un bisonte, estaban encerrados trozos queridos de mi vida arrancados de ella cruelmente.

Por eso cada vez que me tropezaba en la oscuridad con estos dos terribles montículos, muchas cosas dolorosas se revolvían en mi interior y yo me quedaba allí como un niño asustado y llamaba a mis amigos por su nombre. Cornali, llamaba, Patané, Rebizzi, Longanesi, Mauri, llamaba, los que habían crecido conmigo, los que habían trabajado muchos años conmigo. Y luego, en voz más alta: ¡Negro! ¡Vergari! Era como pasar una lista. Pero nadie respondía.

Así, poco a poco, mi jardín, antaño plano y agradable al paso, se ha transformado en un campo de batalla; tiene hierba todavía, pero el prado sube y baja en un laberinto de montículos, bultos, protuberancias, relieves, y cada una de estas excrecencias corresponde a un nombre, cada nombre corresponde a un amigo, y cada amigo corresponde a una tumba lejana y a un vacío dentro de mí.

Este verano, no obstante, se alzó una tal alta que, cuando estuve a su lado, su silueta tapó la visión de las estrellas; era grande como un elefante, como una caseta, subir a ella era algo espantoso, una especie de ascensión, no se podía hacer otra cosa que sortearla rodeándola.

Aquel día no me había llegado ninguna mala noticia; por eso aquella novedad del jardín me tenía muy sorprendido. Pero esta vez pronto supe también: era el mejor amigo de mi juventud quien se había ido, entre él y yo había habido tantas verdades, juntos habíamos descubierto el mundo, la vida y las cosas más bellas, juntos habíamos explorado la poesía, la pintura, la música, las montañas y era lógico que para contener todo este material destruido, aunque fuera compendiado y sintetizado en mínimos términos, hiciera falta una auténtica y verdadera montañita.

En ese momento tuve un arranque de rebelión. No, no podía ser, me dije espantado.  Y una vez más llamé a mis amigos por su nombre. Cornali, Patanè, Rebizzi, Longanesi, llamaba, Mauri, Negro, Vergani, Segàla, Orlandi, Chiarelli, Brambilla. En ese momento se alzó una especie de soplo en la noche que me respondía que sí, juraría que una especie de voz me decía que sí y venía de otros mundos, pero quizá fuera sólo la voz de un ave nocturna porque a las aves nocturnas les gustaba mi jardín.

Ahora, por favor, os ruego que me digáis: por qué hablas de estas cosas tan tristes, la vida es ya tan breve y difícil pro sí misma, amargarse a propósito es una idiotez; en fin de cuentas estas tristezas no tienen nada que ver con nosotros, tienen que ver sólo contigo. No, respondo yo, desgraciadamente tienen que ver también con vosotros; sería bonito, lo sé, que no fuera así. Porque esta historia de los bultos del prado nos sucede a todos, y cada uno de nosotros, me han explicado por fin, es propietario de un jardín donde suceden estos dolorosos fenómenos. Es una historia antigua que se ha repetido desde el principio de los siglos; también para vosotros se repetirá. Y no es un juego literario, las cosas son así.

Naturalmente, me pregunto también si en algún jardín surgirá algún día un bulto relacionado conmigo, quizá un bultito de segundo o tercer orden, apenas una arruga en el prado que de día, cuando el sol luce en lo alto, apenas conseguirá verse. Sea como sea, una persona en el mundo, al menos una tropezará.

Puede pasar que por culta de mi maldito carácter muera solo como un perro al final de un pasillo viejo y desierto. Sin embargo, esa noche una persona tropezará en el bultito surgirá en su jardín y tropezará también las siguientes noches, y cada vez pensará (perdonad mi esperanza, como una punta de nostalgia) en cierto tipo que se llamaba Dino Buzzati.

FIN

Dino Buzzati (1906-1972)

Juegos africanos

“Extraño proceso el modo como la fantasía, semejante a una fiebre cuyos gérmenes provienen de muy lejos, se apodera de nuestra vida, anidando en ella cada vez más profunda e incandescentemente. Al fin sólo la imaginación se nos antoja real y lo cotidiano un sueño en el que nos movemos con desgana, como un actor que ha equivocado su papel. Entonces es llegado el momento en que el creciente hastío llama en su ayuda a la razón y le impone la tarea de buscar una salida.

Esta fue la razón por la cul la palabreja “huir” empezó a adquirir para mí un sonido especial, pues apenas se podía hablar de un peligro concreto que hubiera justificado su ejemplo…, prescindiendo quizá de las quejas del profesorado, que se ocupaba de mí como un sonámbulo. Quejas que en las últimas semanas se acumulaban amenazadoras.

“Berger, está usted dormido. Berger, usted sueña. Berger, atienda”, era la eterna cantinela. También mis padres, que vivían en el campo, habían recibido algunas de las conocidas cartas cuyo desagradable contenido comenzaba con las palabras: “Su hijo Herbert…”

Sin embargo, estas quejas eran menos la causa que la consecuencia de mi decisión. O, mejor dicho, estaban con ella en esa relación de dependencia mutua que suele acelerar los movimientos sobre una pendiente. Desde hacía meses vivía yo en un estado de secreta agitación, difícil de ocultar en tales ambientes. Había decidido ya no prestar atención alguna a las clases. En vez de ello me abstraía leyendo descripciones de viajes africanos, cuyas hojas pasaba debajo del pupitre. Cuando se me preguntaba algo tenía que superar todos aquellos desiertos y mares antes de dar señales de vida”.

 

Ernst Jünger. 1936

Jakob Von Gunten

“Aquí se aprende muy poco, falta personal docente y nosotros, los muchachos del Instituto Benajamenta, jamás llegaremos a nada, es decir que el día de mañana seremos gente muy modesta y subordinada. La enseñanza que nos imparten consiste básicamente en inculcarnos paciencia y obediencia, dos cualidades que prometen escaso o ningún éxito. Éxitos interiores, eso sí. Pero ¿qué ventaja se obtiene de ellos? ¿A quién dan de comer las conquistar interiores? A mí me encantaría ser rico, pasear en berlina y malgastar dinero. Una vez comenté esto con mi condiscípulo Kraus, pero él se limitó a encongerse de hombros despectivamente, sin concederme una sola palabra. Kraus tiene principios, va bien sujeto a su silla, montado sobre la satisfacción, y es éste un rocín al que los amantes del galope prefieren no subirse. Desde que estoy aquí, en el Instituto Benjamenta, he conseguido volverme un enigma para mí mismo. También yo me he visto contagiado por un extraño sentimiento de satisfacción, desconocido hasta ahora. Soy bastante obediente; no tanto como Kraus, que es un maestro en ejecutar celosamentey al instante cualquier tipo de órdenes. Hay un punto en el que nosotros, los alumnos (Kraus, Schacht, Schilinski, Fuchs, Peter el Largirucho, yo, etc.), nos parecemos todos: el de nuestra pobreza y dependencia absolutas. Somos humildes, humildes hasta la indignación total.”

Robert Walser. 1909